DIAGNÓSTICO: LINFOMA

Angustia. Incertidumbre. Desesperación.

A los 19 años, quería divertirme, salir y conocer gente nueva. Disfrutaba con cada segundo de la vida y era feliz solo con imaginar los grandes planes que tenía en mente.

Desde hacía días, todo el cuerpo me picaba así que yo me rascaba sin darle mayor importancia. De tanto rascarme, comencé a notar que se me hacían cardenales y que cada vez éstos eran más y más grandes, llegando al punto en el que mis piernas eran de color morado. Nunca dejo nada para mañana y menos en cuestiones de salud, así que no tardé en pedir cita a mi médico de cabecera.

Foto de mis piernas llenas de cardenales

Desde hacía días, todo el cuerpo me picaba así que yo me rascaba sin darle mayor importancia. De tanto rascarme, comencé a notar que se me hacían cardenales y que cada vez éstos eran más y más grandes, llegando al punto en el que mis piernas eran de color morado. Nunca dejo nada para mañana y menos en cuestiones de salud, así que no tardé en pedir cita a mi médico de cabecera.

Está todo bien – dijo ella, mientras revisaba los resultados de mi análisis de sangre. – tan solo los leucocitos un poco altos, pero puede que hayas pasado un resfriado.

Confié.

El picor no cesaba y con él vinieron más síntomas… como la tos. Era una tos casi constante que, sumado al picor, hacía que mi día a día (y sobre todo la noche) fuera un infierno.

Entonces apareció la sudoración nocturna, la cual hacía que empapara mi cama de tal manera que parecía que alguien me hubiera echado un cubo de agua mientras dormía, o mejor dicho, mientras intentaba dormir.

Había pasado un año y en mi mente solo había cabida para encontrar el origen y la cura de lo que me pasaba. Estaba desesperada y mi mal estado de salud había comenzado a interferir en mi día a día.

Los cardenales pasaron a ser heridas, muchas heridas. Tenía el cuerpo lleno, hasta el punto en el que tenía que cubrirme las piernas y brazos por completo para evitar preguntas y miradas de quienes me rodeaban.

La situación empeoró. Al picor, la tos y el sudor, se le sumó la fiebre y la diarrea casi constante. Había perdido casi 10kg en pocos meses. Algo me pasaba, no quería seguir viviendo en esas condiciones. Estaba desesperada.

En una de las múltiples visitas a mi médico de cabecera, le comenté sobre lo extraños que se veían mis dedos. Tras su impasividad me planteé si siempre habían sido así y yo me estaba obsesionando por mi físico y al estar mucho más delgada ése era el aspecto que tenían ahora.

Mis dedos se estaban deformando ante la falta de oxígeno

Yo empeoraba y ella seguía dándole explicaciones fáciles a cada una de las cosas que me pasaban, que estaba todo bien, que mis síntomas no estaban relacionados. Incluso las bolitas en forma de lenteja que me habían salido en las ingles eran normales.

Sobre el horrible aspecto de mi piel, me hizo creer que se trataba de una extraña enfermedad y me derivó a dermatología. Allí tomaron fotos de mis heridas y me hicieron una biopsia para analizar. Nada.

Ni las sesiones de rayos UVA ni las cremas carísimas hechas en laboratorio lograron calmar el picor extremo de mi piel.

A los 21 años, mi situación era límite. Mi debilidad, las fiebres, tos, picor e imposibilidad de dormir hacían de mi vida un infierno. Me planteaba si realmente quería seguir viviendo en esa situación, pensamiento que me obligaba a cortar ya que la respuesta me hacía estremecer.

Revisión médica completa en el trabajo. “Resultados alterados, contacte con su médico de cabecera.

– Está todo bien – insistía ella.

Visitas semanales a mi médico, pruebas inútiles, biopsias… nada.

Una de esas pruebas, fue con el digestólogo. Tras la biopsia con resultado negativo para intestino irritable, le conté mis síntomas, tal y como hacía de manera desesperada con todos los médicos que visitaba con la esperanza de que alguien pudiera curarme.

– ¿Hay antecedentes de cáncer en tu familia?
– Sí. -respondí con tranquilidad. Es solo una pregunta básica de médicos.

Y entonces, tuve visita con neumología tras tanto tiempo con esa tos incesante y habiendo tomado todos los jarabes y pastillas existentes.

Una radiografía.

– Yaiza, ¿vienes acompañada? Espera aquí fuera, por favor.

¿Habrá salido movida? Bueno, no importa, la repetimos. Yo estaba entretenida jugando con la bata de papel que me había llevado para hacer la gracieta con mi madre en la sala de espera.

– Te visitarán mañana a primera hora en neumología.

No le di más vueltas. Había pasado 24 meses yendo de un médico a otro sin encontrar ninguna explicación.

Jamás pude llegar a imaginar lo que vendría a continuación.

Fui a mi cita con el neumólogo y él comenzó a contarme que en la radiografía se veía una lesión en el mediastino.

“Es una herida que me he hecho de tanto toser”, pensé.

Lesión, mediastino, linfoma de hodking, no hodking, tumor burkitt, tumor askin… No conocía ninguna de éstas palabras, pero parecía que yo tenía algo de eso. Me dijo que por los síntomas seguramente sería un linfoma. Tenían que hacerme una biopsia.

Me fui a casa pensando que esa había sido una visita más que, como todas las demás, no iba a llegar a ningún lado.

Foto antes de la biopsia

Ya preparada para la biopsia de mi lesión en el mediastino (seguía pensando que era una pequeña herida en el esternón) el médico me escuchó toser. Se escandalizó por como sonaba y parecía muy sorprendido al decirle el tiempo que llevaba así y que mi médico de cabecera me insistía en que era normal.

– ¿Sabes por qué te hacemos ésta biopsia? – preguntó mientras preparaba el material.
– Sí, parece que tengo linfoma.
– Vaya, te lo tomas muy bien.

Seguía sin saber lo que era. Mi desconocimiento y mis ganas de curarme evitaban mi contacto con la realidad

Las horas de reposo tras la biopsia se hicieron largas. Tenía que estar inmóvil y recibí muchos mensajes de amigos y familiares. Seguía tranquila y deseando que descubrieran qué era lo que me pasaba.

Llegué a casa y busqué linfoma en internet.

Yo tenía 21 años. Tenía cáncer.